Un tastet de … ‘El sabor de las pepitas’ de manzana de Katharina Hagena

El sabor de las pepitas de manzana de Katharina Hagena va ser una de les revelacions de l’any 2010 a França i Alemanya.
Les editorials Amsterdam Llibres i Maeva publiquen la novel·la en català i castellà respectivament.

La novel·la narra la història de tres generacions de dones arran del retrobabent de la jove bibliotecària Iris Berger  amb la seva mare i les tietes, les germanes Inga, Harriet i Christa, a la casa familiar, a Bootshaven, al nord d’Alemanya després de la mort de la seva àvia Bertha Lünschen.
La sorpresa arriba quan es coneix la notícia que l’àvia  havia decidit que l’Iris heretés la casa.
La jove  haurà de decidir si accepta l’herència i es trasllada a la casa. Mentre va endreçant i netejant recorda la història familiar plena d’alegries i tristeses.

Gràcies a l’editorial Maeva us oferim els primers capítols de la novel·la per poder llegir-ne un tastet. 

”Tía Anna murió con dieciséis años de una neumonía que no fue posible curar porque la enfermedad le había roto el corazón y aún no se había descubierto la penicilina. Su muerte ocurrió un día de julio al anochecer y un instante después, cuando Bertha –la hermana menor de Anna– se precipitó llorando al jardín, se dio cuenta de que con el último estertor de Anna todas las grosellas rojas se habían vuelto blancas.

Era un jardín grande. Los numerosos y antiguos groselleros se arqueaban por el peso de las bayas que debían haberse recogido hacía mucho tiempo, pero en las que, tan pronto como Anna cayó enferma, nadie había vuelto a pensar. Mi abuela me lo contaba con frecuencia, ya que había sido ella quien había descubierto las grosellas enlutadas. Desde entonces, no hubo más que grosellas negras y blancas en el jardín de mi abuela y todos los esfuerzos que se hicieron más adelante por cultivar un arbusto rojo se saldaron con fracaso; en sus ramas tan solo crecían bayas blancas.
Eso, sin embargo, no perturbaba a nadie, las blancas eran casi tan dulces y sabrosas como las rojas, el delantal no se le manchaba a una demasiado al exprimirlas para extraer el jugo y la jalea que se obtenía emitía destellos de una misteriosa, pálida transparencia.
Como «lágrimas en conserva» decía mi abuela. Y sobre los anaqueles de la bodega seguía habiendo frascos de todos los tamaños con jalea de grosellas de 1981, un año cuyo verano fue particularmente rico en lágrimas. El último verano de Rosmarie.”

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